La alfabetización no
es una adquisición natural, sino el aprendizaje del sistema y las estrategias
de uso de un producto cultural, la lengua escrita, por lo que el modo de
desarrollar la alfabetización y la forma de emplear las habilidades que implica
dependen de circunstancias sociales y culturales concretas. El desarrollo de la
alfabetización constituye un proceso social que empieza en las relaciones de
los niños con las personas que les sirven de modelo lector y escritor en su
entorno primario y se expresa y extiende en comunidades cada vez más amplias.
Para que la
alfabetización garantice la distribución del conocimiento, se relacione
cabalmente con la equidad y contribuya a superar desigualdades de partida en
los entornos sociales de los alumnos, debe constituirse en un proyecto con
intencionalidad política y pedagógica.
En un proyecto de
esta naturaleza se destaca, cada día con más fuerza, el rol ineludible de la
escuela y del maestro. Son imprescindibles una escuela y un maestro que asumen
su rol, que conocen su tarea alfabetizadora, que pueden diseñar un proyecto
alfabetizador y que pueden disponer conscientemente de una cantidad de
estrategias de alfabetización. Sin embargo, en la constitución efectiva de ese
perfil de escuela y de ese perfil de maestro, se observan actualmente
dificultades de planificación estratégica (diseño, desarrollo y evaluación de
planes y programas de alfabetización), de gestión institucional y curricular,
de formación docente inicial y de capacitación, lo que forma parte sustantiva
de las variables que dan lugar al fracaso escolar en una doble dimensión:
fracasan los alumnos que no aprenden a leer y escribir y, por lo tanto, se van
de la escuela y fracasan también los alumnos que aun permaneciendo en las
escuelas no alcanzan los logros que el sistema educativo y la sociedad
requieren en relación con esos aprendizajes.
Los marcos curriculares jurisdiccionales establecen
los contenidos y recomendaciones generales necesarios para llevar a cabo los
procesos alfabetizadores. En paralelo, sin diferencias significativas entre los
testimonios recogidos en todo el país, la realidad del aula y las fuentes de
información provenientes de las escuelas (cuadernos y registros de clases,
planificaciones, pruebas de evaluación de la calidad) manifiestan la
persistencia de metodologías y prácticas de escaso o nulo impacto en la
construcción de los saberes básicos para aprender a leer y escribir con
autonomía en el plazo razonable de la escolaridad básica.
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